AND: Editorial – El gobierno es cómplice de la guerra bolsonarista en el campo

Compartimos una traducción no oficial del último Editorial de A Nova Democracia.

“Aquél que colabora o participa de alguna forma; coautor” así está caracterizada la complicidad en el diccionario Aurélio. Es un hecho que el bolsonarismo es un gran promotor del terrorismo latifundista en el campo, y también es verdad que el gobierno ha colaborado. Al final, ¿qué cualifica la inacción consciente y deliberada del gobierno, frente al terror bolsonarista?

La última víctima del terror en el campo fue Red Morilha, de 16 años: del pueblo Guarani-Kaiowá, él fue encontrado muerto en la carretera M-384, próxima a Aldeia Campestre, municipio de Antônio João, en Mato Grosso do Sul (MS), el día 23. Allí, las “milicias” bolsonaristas (paramilitares) actúan abiertamente. La delegación declara la muerte como “pendiente de esclarecer”. Fred es el segundo joven en la última semana que ha sido ejecutado en aquella misma área: el día 18, Neri Kaiowá fue ejecutado a tiros por la Policía Militar (PM), en una zona de retomada. Fue la propia secretaria del gobierno estatal, Luana Ruiz, del Partido Liberal, que accionó a los militares (ella es pariente de los supuestos propietarios de la zona). Además de la vida de este joven, la policía en su intervención también disparó a una mujer guarani-kaiowá en la pierna.

En ambo casos, la “Fuerza Nacional de Seguridad” – enviada por Luiz Inácio – milagrosamente desapareció de la zona antes de los hechos. No es un caso singular: cuando, en agosto, hordas latifundistas avanzaron contra una retomada, también en MS, apalizando y torturando a los indígenas, tampoco estaban presentes las tropas de la Fuerza Nacional. Ha sido normal que las fuerzas federales se vaya instantes antes de estos acontecimientos. Extraña negligencia… ¡huele a colaboración activa!

En Maranhão, el pueblo Akroá-Gamella, del territorio Taquaritiua, en el municipio de Viana, también se enfrenta a los bandos bolsonaristas armados. El día 16 de septiembre, los indígenas sufrieron un ataque con armas, donde se dispararon al menos 15 tiros.

Al inicio de septiembre, cuando las masas Guarani-Kaiowá avanzaron en la autodemarcación, la ministra de los pueblos indígenas, Sônia Guajajara, dijo que “el conflicto no interesa a nadie”: pero la ministra ignora que los genocidas, promotores del conflicto, son los latifundistas y no los pobres del campo. Pero recientemente, ante estos tres episodios brutales ocurridos en los últimos diez días, ni Luiz Inácio ni la ministra mencionaron nada. También puede ser que la ministra estuviera ocupadísima participando en el evento institucional “Semana del Clima” para defender la reducción del calentamiento global. Sobre el genocidio de los pueblos indígenas, nada.

Todos los brasileños y brasileñas honestos deben alzar su voz, sobre todo para condenar lo ocurre con los pobres del campo. La ofensiva del latifundio bolsonarista contra las masas campesinas, indígenas, ribereños y quilombolas, que busca acaparar enormes porciones de tierra devueltas o de preservación, es una lucha armada contra el pueblo bajo la protección del gobierno de turno, que nada hace – a pesar de que había prometido acabar con el estado de las cosas. Por por el contrario, ha dado a la “Bancada del agro” en el Congreso, todo el Poder político; el agronegocio tiene el peso central en la economía, elevando el precio de las tierras y, por tanto, alimentando esta carrera perversa para expulsar a los pobres del campo. A las masas campesinas e indígenas no se les ha ofrecido nada, ni siquiera palabrería, pues hasta el mentiroso se avergüenza de mentir demasiado. O la lucha de los pobres del campo avanza con nuevos impulsos con la Revolución Agraria, o no quedará nada. A los legítimos revolucionarios y demócratas es urgente gritar: ¡Viva la Revolución Agraria! ¡Muerte al latifundio!

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En este punto, una guerra entre el Líbano –específicamente, Hezbollah– y la bestia sionista está prácticamente la tendencia; quizás la guerra, y no una escaramuza, ya sea una realidad. Después de casi un centenar de bombardeos contra el Líbano, el número de civiles asesinados por el sionismo en ese país supera los 300, sin contar los mil heridos. El día 22, las fuerzas antiimperialistas de Hezbollah lanzaron ataques contra bases militares sionistas en el norte del territorio ocupado por Israel. Desde el punto de vista militar, los ataques preocupan a los sionistas: uno de los misiles alcanzó más de 50 kilómetros de profundidad en territorio ocupado, la distancia más larga desde 2006, rompiendo el mito de la superioridad absoluta de Israel.

La verdad es que, para la maquinaria de guerra sionista, la guerra contra Hezbollah es una necesidad general: siempre será demasiado peligroso tener un adversario tan poderoso al norte de sus fronteras, más aún cuando las contradicciones aumentan con su rival en la región, Irán, que apoya a Hezbollah e, indirectamente, se beneficia de él. Netanyahu, sin embargo, quiere apresurarse ahora, porque, después del fracaso en Gaza y su estancamiento en el objetivo de “destruir a Hamas”, y con la extrema derecha con iniciativa a nivel interno, no hay otra manera de mantenerse vivo si no unificando la “nación” contra un enemigo poderoso y recalentando los motivos de la guerra. Si esto no fuera posible, Netanyahu pronto terminaría en prisión, tanto por razones internas (corrupción, crímenes en la administración pública y aislamiento de la opinión pública en situaciones normales de temperatura y presión) como externas (sus crímenes de guerra, que el establishment sionista se le atribuye salvar al sionismo de la desmoralización). Aunque las consecuencias militares del plan de Netanyahu son imprudentes (un frente antiimperialista objetivamente alineado sería muy peligroso para la existencia del sionismo a medio plazo), él y su extrema derecha creen que tal situación arrastraría a los yanquis de vuelta a Oriente Medio Ampliado, y creen que la victoria estaría asegurada militarmente contra los enemigos del sionismo como políticamente para la extrema derecha. Pero queda por acordar con Biden y, más tarde, con Kamala Harris, que le presionarán y cuyo aislamiento podría derivar en presiones internas contra Netanyahu y hacer naufragar todo su plan. Sus esperanzas son que Trump gane las elecciones de finales de año, algo que hace tres meses era prácticamente seguro y, ahora, desconocido. Las condiciones para la supervivencia del sionismo, y el mito de un sistema imperialista sano, como vemos, residen en aspectos externos, que se agotan con el paso de los días, aunque requieran de una lucha prolongada. La Revolución Proletaria Mundial; la lucha antiimperialista, incluso por el desarrollo visible de las condiciones subjetivas, y no sólo objetivas; ésta es la tendencia principal, histórica y políticamente.

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