Brasil: Editorial – Solo la revolución abole las injusticias y cambia el país

Publicamos una traducción no oficial de un Editorial de A Nova Democracia.

La liberación del asesino confeso del líder indígena Nega Pataxó, tras pagar una fianza de 30.000 reales, es una mofa sin igual. No sólo es odioso y repugnante, sino que es una completa perversión. José Eugênio Fernandes Amoêdo, quien confesó ser dueño del arma y responsable de los disparos que mataron al líder popular, es hoy un hombre libre. La jueza que ordenó su libertad bajo fianza afirmó que no puede haber una sentencia anticipada: mientras tanto, de la población penitenciaria del país, de casi un millón de personas, la gran mayoría de ellas negras y pobres, una de cada cuatro está encarcelada condiciones infrahumanas y sin condena, y no durante pocos años. Esto no puede sorprender a nadie: por mucho que la campaña sistemática y diaria para embellecer el proceso electoral pretenda convencernos de que vivimos en una “democracia”, la realidad cruda es de injusticia y privilegios indecentes para los ricos, como en el caso de este cobarde asesinato, pues demuestra claramente que ya no va más allá del simulacro de la vieja democracia burguesa, vaciada de casi todo su contenido.

Guerra civil en el campo, esa es la realidad. Se sabía que la acción que mató a Nega Pataxó fue coordinada por el movimiento “Invasión Cero”: un grupo de latifundistas, sicarios, que actúan de manera unificada en la represión paramilitar de la lucha por la tierra. Detrás están notorios partidarios de Bolsonaro: en octubre de 2023, Bolsonaro, en una reunión del “Frente Parlamentario Agrario”, habló dando pleno apoyo a la creación de “invasión cero”; entre bastidores, no sólo declaró su apoyo, sino que de hecho apoyó y estructuró la iniciativa. Se trata de tres cosas, y en la práctica, sólo una: los grupos paramilitares de asesinos a sueldo del latifundio, los grandes barones de la “agroindustria” y el bolsonarismo. Es la triada de reacción más vinculada al genocidio perpetrado contra los pobres, los indígenas y los negros en nuestro país.

En el oeste de Paraná, los Avá-guaraní, en Guaíra, vieron heridos a seis de sus integrantes en un ataque coordinado por el latifundio, el día 28, pocos días después de la liberación del asesino de Nega Pataxó. “He pasado por algunos ataques, pero ayer vi que ya no tienen miedo de mostrar sus armas”, dijo una de las víctimas. Nuestro informe siguió de cerca y cubrió la situación. No hay duda de que las zonas rurales de Brasil se han convertido en un campo de batalla, contra la mayoría de la sociedad brasileña, el campesinado pobre, los indígenas, los remanentes de quilombolas, las masas trabajadoras, los pequeños y medianos propietarios de la ciudad y la intelectualidad progresista por un lado, y por el otro la capa parasitaria de la Nación, lo peor del legado maldito de cinco siglos de servidumbre, casi cuatro de esclavitud y de genocidio.

Por cierto, el llamado “Frente Parlamentario Agrario”, detrás de todo esto, es un representante, en las estructuras del viejo Estado, de quienes de hecho tienen el Poder, el latifundio. Arthur Lira lo ejerce. Y lo ejerce con autoridad: ahora mismo Luiz Inácio está considerando colocarlo como ministro de su gobierno, ya que su mandato como presidente de la Cámara de Diputados pronto finalizará. Es el “dos se combinan en uno” del PT: unir bolsonarismo (medido) con oportunismo (reformismo sin reformas), para intentar mantenerse en equilibrio en la cuerda floja que es la coalición con la que gobierna. El resultado, por supuesto, sólo puede ser una prevalencia aún más escandalosa de los intereses de los terratenientes: o, en otras palabras, genocidio contra los pobres de las zonas rurales, ataques armados y guerra civil. El bolsonarismo –y sólo él– se beneficia de esto, ya que borrar las diferencias entre el bolsonarismo y la llamada izquierda sólo fortalece al primero y sus planes de establecer un régimen militar. Las masas, especialmente en el campo, se están levantando poco a poco y oponiendo cada vez más resistencia a la altura. Antes o después la guerra civil, que ya existe de forma latente, estallará explícitamente.

Los revolucionarios y, en parte, los demócratas y progresistas anhelan su estallido y añoran el momento en que las masas campesinas, indígenas y quilombolas que luchan por la tierra la conviertan en una insurgencia declarada. Siglos de opresión se desmoronarán con la rebelión de las masas pobres del campo, a cuyos ecos se sumarán las masas de las grandes metrópolis. “Y nuestra guerra es sagrada, nuestra guerra no fracasa”, ya había dicho Vinícius de Moraes, en los años 1960, al cantar sobre el nacimiento y crecimiento de las Ligas Campesinas.

“Además, no debe haber lugar en nuestras filas para los quejosos y los cobardes, para los sembradores del pánico y los desertores; nuestro pueblo no debe temer la lucha, tomando parte activa en nuestra lucha patriótica contra los opresores fascistas”: estas instrucciones, del gran Stalin al comienzo de la Gran Guerra Patria, son válidas para todas las luchas populares, como la librada por los campesinos armados contra el bolsonarismo. En medio de la crisis que dura ya diez años, de ofensiva contrarrevolucionaria, el pueblo brasileño se enfrenta a la difícil situación de identificar quiénes son sus enemigos y quiénes sus verdaderos amigos, confundidos como se encuentran la mayoría de ellos, por un lado, por la acción ilusionista del oportunismo que les promete maravillas, pero les entrega la realidad de una democracia de fango para las masas trabajadoras y miles de millones para los ricos y, por el otro, por la agitación de la extrema derecha, liderada por por el bolsonarismo, que bajo la bandera de “salvador del país” moviliza a los pobres asustados por los espantapájaros del comunismo creados por pastores y otros clérigos de negocios rentables en el nombre de Jesús y la gente desesperada de siempre, de las “clases medias”, atormentado por el miedo a volverse pobre. Ambos bandos (es decir, oportunismo y bolsonarismo) están metidos profundamente en la farsa electoral. Y el movimiento revolucionario aún tiene que dar el salto para romper la “censura” que le imponen los monopolios de prensa y esta acción nociva de bienestar y corporativización que el oportunismo electoral ejerce sobre las masas, todo con el objetivo de ocultarlo.

Es necesario intensificar las acciones para combatir la ofensiva contrarrevolucionaria de la extrema derecha y desenmascarar a sus principales pescadores en aguas turbias y a esta izquierda burguesa oportunista y su coalición con la derecha liberal, todos hundidos en disputas interimperialistas, peones en su tablero de ajedrez, así como limpiar las filas del movimiento revolucionario de todo tipo de quinta columnas, los que renuncian, quejicas y fugitivos para liberar toda la energía de la lucha popular en la única dirección de su emancipación: ¡que haya una clara separación entre los fuertes y los débiles por el avance de la revolución!

Previous post ¡El MFP lanza el primer número de su revista Nueva Aurora!
Next post Brasil: Vecinos del condominio popular se enfrentan a la policía tras incursión violenta