AND: Editorial – La causa golpista está debilitada, pero viva
Compartimos una traducción no oficial del último editorial de A Nova Democracia.
El Alto Comando de las Fuerzas Armadas (ACFA) se vio obligado a una retirada que no deseaba. La detención de Braga Neto es sin duda una cicatriz importante, sobre todo por la desmoralización que supone para las fuerzas, que dificulta la realización de su golpe militar según la lógica de la “guerra de baja intensidad”. Esto presupone alcanzar determinados objetivos políticos y económicos ultrarreaccionarios mediante la disuasión, el chantaje o intervenciones parciales y puntuales sobre otros poderes constituidos, con el fin de crear el menor alboroto o resistencia posible en la sociedad, basándose en la legalidad, la estabilidad y la legitimidad – valores y condiciones, hoy, alejadas de la imagen de las Fuerzas Armadas.
Esto muestra el grado de crisis militar al que se ha llegado – como subproducto de toda la crisis general de descomposición del capitalismo burocrático y su reflejo como una profunda crisis social, política e institucional –, de modo que estábamos a sólo unos pasos de la consumación de una ruptura institucional, que, fundamentalmente, no fue consumada por el veto del Departamento de Estado yanqui, que por un lado había disuadido tanto a la mayoría del establishment de la clase dominante, incluida la mayoría del Alto Comando, como también neutralizó la iniciativa de la extrema derecha, que – como lo demuestran las investigaciones – no ejecutó su plan operativo para culminar el golpe, capituló ante él, centrándose en los preparativos y las gravísimas y peligrosas agitaciones de masas anticomunistas; y capitularon sabiendo que no arrastrarían a la mayoría del ACFA, ya que no tenían las condiciones políticas para amenazar la disciplina y la jerarquía de las tropas en su conjunto.
La causa intervencionista, sin embargo, tiene raíces más profundas que no pueden sucumbir ante los reveses políticos: las reaccionarias Fuerzas Armadas, que en Brasil se consideran “Poder Moderador” – que está en la génesis de la república “proclamada” por los militares en 1889 –, tienen en sus formulaciones la creencia positivista de que la joven nación brasileña tiende a la fragmentación, desde la política hasta el poder territorial, lo que amenazaría su unidad, si no fuera por el papel activo de ellos, las Fuerzas Armadas, en el mantenimiento de esta unidad. Por eso no dejarán de ejercer la intervención militar, aunque ahora se vean obligados a fingir sumisión, sino que simplemente esperan mejores condiciones políticas, que ya les esperan en 2026. Así, los golpistas con botas altas creen que son fundamentales, cuando en realidad son las Fuerzas Armadas reaccionarias que mantienen este sistema de explotación que genera todos los problemas que desde hace siglos descontentan a nuestro pueblo y agobian a la Nación, impidiendo incluso su plena conformación, por la concentración feudal de la tierra, la pobreza y el consiguiente crimen desenfrenado y muchos otros problemas, ya que actúa como una fuerza al servicio de intereses imperialistas externos, para la subyugación y opresión nacional, y la explotación de las masas que constituyen el núcleo de nacionalidad.
***
Fuertemente desmoralizadas, las Fuerzas Especiales del reaccionario Ejército brasileño deben ser extintas: son una escuela de asesinos anticomunistas, golpistas incorregibles, cuyo ascenso tuvo lugar durante el régimen militar. Se trata, por tanto, de la supervivencia de 1964 en pleno “Estado democrático de derecho”, no tan “democrático” ni tan “legal”.
A su vez, las Fuerzas Especiales son la génesis de lo peor de la sociedad actual: los batallones especiales de la Policía Militar surgen del cruce y entrenamiento conjunto de los “kid preto” con elementos seleccionados que integraron las tropas convencionales de las policías civiles y militares en Río de Janeiro (antiguo estado de Guanabara), en 1969; de ahí nació, en Río de Janeiro, el grupo denominado “10 Homens de Ouro”, que ocupó los titulares de los informativos del estado como excelentes “cazadores de bandidos”, es decir, de los pobres, fueran o no criminales, pero en cualquier caso presentado como tal. Éstos, a su vez, dieron origen a la Scuderie Le Cocq, el mayor y más conocido grupo de exterminio, escuadrón de la muerte, que operaba en este estado, siendo el origen de los actuales grupos mafiosos paramilitares de extrema derecha mal llamados “milicias” y que controlan la mayor parte del territorio de Río de Janeiro. Este proceso, con particularidades, se reprodujo en todo el país: las tropas especiales de asesinos insaciables de la Policía Militar fueron entrenadas directamente con las Fuerzas Especiales o siguiendo su manual de entrenamiento. Los planes de estudio de entrenamiento se basan en la “guerra de baja intensidad” contra las masas empobrecidas, operaciones de asedio y aniquilación de cualquier manifestación de peligro para el orden reaccionario – y la primera manifestación es la existencia de gente pobre sublevada, independientemente de si están involucrados o no con algún tipo de delito. No es de extrañar que en el campo estas bandas, con la misma génesis, dieran origen a grupos paramilitares de los terratenientes, grupos de asesinos de campesinos pobres que luchaban por la tierra, hoy reclutados directamente en esas mismas fuerzas policiales especiales y agrupados en movimientos “honorables” de grandes propiedades feudales, que disfrutan de ser una entidad en el CNPJ [Nota del traductor: Registro Nacional de Personas Jurídicas de Brasil] y todo, pero que son verdaderas hordas de paramilitares bolsonaristas organizados a nivel nacional.
No hay duda de que las Fuerzas Especiales hacen un gran daño al país, a las libertades democráticas y a los derechos del pueblo, no sólo por el golpe y el anticomunismo –que son el pan de cada día de estas anomalías propias de un sistema caduco. Sin embargo, la información transmitida de que el actual gobierno considera “exagerada” la propuesta de algunos parlamentarios de abolir las Fuerzas Especiales está provocando indignación entre los demócratas y los progresistas en general. El nivel de cobardía, de obstinada sumisión, es nauseabundo. Además, ésta es, de hecho, la opinión del alto mando militar, a lo que el actual inquilino del Planalto sólo repite el cacareo.
***
En correspondencia con la cobardía del gobierno, su aprobación, aunque lentamente, disminuye. La encuesta de Datafolha de diciembre de este año indica que el 35% considera al gobierno “óptimo o bueno” –prácticamente el mismo número que lo considera “malo o terrible” (34%), un empate técnico; otro 29% lo considera “regular”. La cuestión es que se trata de “estabilidad en caída”, porque, de hecho, el gobierno nunca recuperó ese 38% que lo consideró “excelente o bueno”, en diciembre de 2023, al igual que, desde entonces, la evaluación negativa creció: del 31 % respecto a la cifra actual. Si se compara con los otros mandatos de Luiz Inácio, la situación se vuelve más grave: en el primer mandato, después de dos años de gobierno – la misma etapa que en el momento actual – Luiz Inácio contó con un 45% de aprobación positiva y un 13% negativo. En su segundo mandato obtuvo un 70% de aprobación y un 7% de desaprobación.
Pero, como hemos dicho desde el primer día de este gobierno, 2022 no es 2002; la crisis de descomposición del imperialismo, sin precedentes hoy, limita más que antes los márgenes de maniobra y las políticas de bienestar, que ganan popularidad electoral. Los peligros de los conflictos globales y la intensificación de las luchas por semicolonias y esferas de influencia hacen extremadamente peligroso el escenario, tiempos de conspiraciones, guerras, revoluciones, agudas crisis políticas e institucionales y golpes de Estado. Las masas populares en Brasil, habiendo acumulado repetidas experiencias con la farsa electoral de la vieja democracia burguesa y con la engañosa socialdemocracia, escuchando mil promesas y recibiendo solo migajas, alcanzan cada vez más la frustración y la desilusión con todo este viejo orden putrefacto, aumentan su conciencia, aunque de forma espontánea, pero con un alto contenido explosivo. La tendencia histórica a la caída del gobierno del oportunismo demuestra su derrota estratégico-programática, debido a décadas y décadas de colaboración de clases, dentro y fuera del gobierno, además de presidir la represión del movimiento popular y revolucionario cuando está atrapado en el antiguo Estado. Su quiebra es, además, también la quiebra de este ciclo de la vieja democracia burguesa, que si bien produce el crecimiento de la extrema derecha y del fascismo como una nueva vía reaccionaria que disputa la conciencia de las masas como salida a la crisis, pero es también el terreno donde la Revolución puede dar saltos: sólo la revolución detiene al fascismo y si éste se impone, alimenta la revolución.
Lejos de enfriar a los progresistas, este escenario debería movilizarlos a todos en defensa de la Revolución Agraria, donde, de hecho, se está combatiendo y derrotando a las “gallinas verdes”, fascistas y asesinos reaccionarios, criaturas de las “Fuerzas Especiales” anticomunistas. La Revolución Agraria –base y primera fase de la Revolución de Nueva Democracia– es la esperanza de las masas populares en las ciudades y el campo, de los progresistas y antifascistas; es urgente plantearlo, como propaganda, en cada lucha de masas por reivindicaciones en las ciudades. Es urgente que dé saltos en su organización en el campo, con nuevas tomas de tierras y resistencia a los desalojos. Esto –y no lamentos– está en el orden del día para demócratas y revolucionarios.