AND: Editorial Semanal – El gobierno de turno se equilibra sobre la cuerda floja

A continuación publicamos una traducción no oficial del Editorial Semanal de A Nova Democracia.

Por razones objetivas, es necesario mirar con cierta suspicacia las encuestas de opinión realizadas y pagadas por determinadas organizaciones, incluso debido a determinados métodos; sin embargo, las últimas tres encuestas hechas públicas que evalúan el desempeño del actual gobierno, con resultados similares, permiten observar tendencias. El crecimiento del rechazo popular al actual gobierno, registrado en las tres encuestas, tiene su principal motivación en el comportamiento de la economía nacional y sus consecuencias en la vida de las masas populares. En la encuesta de Atlas Intel, del 7 de marzo, el 40% de los encuestados suspende al gobierno, dos puntos porcentuales por encima de quienes lo aprueban. En cuanto a la economía, el 53% cree que va mal (un aumento del 5% respecto a la encuesta anterior, de enero); es la primera vez en este gobierno que la valoración negativa de la economía supera el 50%. La encuesta de Quaest, del 27 de febrero, señala que la percepción del 73% de los entrevistados es que los precios han subido –el mismo tema, en la encuesta anterior, era del 48%-.

Resulta que las mejoras estacionales en el índice del PIB y la “creación de empleo” son sólo estadísticas. Ya es un saber popular que un gobierno de las clases explotadoras miente de dos maneras: una es mintiendo de hecho, descaradamente, la otra es publicando estadísticas que, al mostrarlo todo, ocultan lo fundamental. El crecimiento del 3% del PIB es una cifra artificial por la cosecha récord del latifundio agroexportador, cuyas exportaciones de su producción, por ejemplo, no pagan impuestos; no suponen ninguna mejora para la situación económica de la mayoría de la población, es decir, de los obreros, como ocurre con el precio de la cesta básica de alimentos, que volvió a encarecerse en febrero (en 14 de las 17 capitales, hubo un aumento de precios). Sólo en Rio de Janeiro, el aumento fue en promedio del 5,1%.

El aumento del rechazo no fue, por tanto, resultado de una supuesta reacción a los discursos del presidente del país en el extranjero condenando el genocidio sionista en Gaza. Después de todo, Luiz Inácio sólo puede condenar absurdos a nivel internacional, donde sus palabras, en el mejor de los casos, causan malestar diplomático sin repercusiones significativas. (Las palabras de condena a Israel, por cierto, siempre van precedidas de duras condenas a la Resistencia Nacional Palestina, haciéndose eco del mantra reaccionario del “terrorismo de Hamas”). A nivel nacional, Luiz Inácio no puede continuar con su alboroto de hacerse pasar por “progresista”, ya que la economía está entregada a la oligarquía financiera internacional y la gobernanza política está entregada al presidente de facto, el coronel Arthur Lira de Bolsonaro, quien, además de controlar la agenda política del país (controlando lo que se vota o no en el Congreso Nacional), también ejerce control sobre la parte más importante del Presupuesto de la Unión: es el gobierno.

Luiz Inácio tampoco puede hablar demasiado de “agrobusiness”, porque sonaría extraño, más aún después de haberle entregado el mayor Plan Cosecha de la historia del país, muy superior al de Bolsonaro, mientras que, para la “reforma agraria” del viejo Estado, en 2023 y 2024, el actual gobierno asignó unos miserables 2.000 millones de reales, la misma cantidad que Bolsonaro había destinado en 2021. Todos decíamos que Bolsonaro quería la muerte de la “reforma agraria”; ¿Qué quiere Luiz Inácio, más allá de su cantinela como trilero ante las masas populares?

También hay poco que decir sobre la frágil base institucional que vive el país debido a su propia e inevitable descomposición. El presidente sabe que el pico de la crisis militar, en noviembre de 2022, no fue sólo resultado del bolsonarismo, sino de una doctrina arraigada en la mentalidad del Alto Mando de las Fuerzas Armadas que penetra prácticamente en todos los ámbitos de su estructura. Esta mentalidad es que, para conjurar una división e incluso una simple amenaza a su existencia, las Fuerzas Armadas reaccionarias se rifan siempre las mínimas libertades democráticas y se unifican bajo la égida de la reacción, como la médula que son de este sistema secular de explotación y opresión, siempre en nombre de garantizar la estabilidad institucional y la “salvación nacional”. Significa, lógicamente, que las Fuerzas Armadas desempeñan, de vez en cuando, el papel de una fuerza política, lo que significa legitimar, para todos los efectos, una fuerza intervencionista, ya sea que utilice explícitamente el método del golpe militar clásico o que actúe mediante chantajes y amenazas (que al final, llevadas hasta las últimas consecuencias, también desembocarán en un golpe habitual). Luiz Inácio sabe esto. Tanto es así que, el 8 de marzo, el reaccionario presidente dijo que “las Fuerzas Armadas siempre han interferido en la política”. La observación demuestra que el presidente no es ignorante, ni mucho menos inocente: su política de conciliación y apaciguamiento con los generales golpistas es una actitud consciente propia de los pusilánimes, y esto en política es peor que la ignorancia o la incapacidad. Por su postura y conducta ante la situación del país, Luiz Inácio es totalmente incapaz de detener el golpe. Lo está, a lo sumo, posponiéndolo sin importarle si se desmorona, en el regazo de cualquier otro próximo presidente, en realidad sólo quiere reescribir el final de su ya empañada biografía.

Las masas populares, del campo y de la ciudad, acumulan lecciones aprendidas de este período. Para actuar con dignidad, como fuerza política independiente, los obreros necesitan liberarse de limitaciones ideológicas, según las cuales deben contentarse con lo mínimo. El “mínimo”, logrado hoy mediante el engañoso llamamiento de salvar al país de las manos de un sinvergüenza y el apoyo a un gobierno sentado en el regazo de la derecha y la conciliación con el núcleo duro del golpe, los está condenando a un futuro en el que el “mínimo” será aún peor. Así sigue engañando el viejo orden a las masas, todo ello garantizado mediante el conocido chantaje: “las cosas no van bien, eso seguro, pero es posible, y todo irá a peor si no os conformáis”. Desde la antigüedad, esta ha sido la forma más eficaz de mantener sumisos a los esclavos. ¡También es una señal confirmada por la historia de que sistemas como este, sin importar las maniobras de los gobernantes, colapsarán y serán barridos!

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