AND Editorial semanal – Las estrechas perspectivas del gobierno oportunista

Publicamos una traducción no oficial de la Editorial Semanal del periódico Una Nueva Democracia.

Editorial semanal – Las estrechas perspectivas del gobierno oportunista

Redacción de AND

04/04/2023

I magen de A Nova Democracia

La última encuesta del instituto electoral Datafolha reveló que el 29% de los brasileños consideran al gobierno de turno de Luiz Inácio “malo o pésimo”, seguido por un 30% que lo toman como “regular” y un 38% que lo consideran “excelente o bueno”.

En condiciones normales, es esperado, para el inicio del mandato, que la aprobación sea mayor; de tal forma que el gobierno actual tiene, junto al de Bolsonaro en 2018 (con margen de error), la peor aprobación dentro de los tres primeros meses desde la llamada “redemocratización” (1998). Además, el 29% que consideran al gobierno como “malo o pésimo” es el mismo porcentaje registrado en el peor momento de Luiz Inácio en la presidencia, datando en diciembre de 2005, cuando estallaba el caso de “mensalão”.

La encuesta también reveló que el 51% de los entrevistados considera que el que el gobierno ha hecho menos de lo esperado en los tres primeros meses, y el 50% cree que el gobierno cumplirá parte, pero no la mayoría, de sus promesas (otro 21% cree que no cumplirá ninguna, lo que suma un 71%).

En las partes donde el gobierno han sido peores, destaca el tópico “economía”, siendo citado por el 15% de los entrevistadores, seguido por salud y seguridad pública (12%), corrupción y combate al desempleo (10%).

Es preciso considerar, que entre la población más pobre, los índices positivos del gobierno son superiores a la media: el 45% lo consideran “bueno o excelente”. Más es justamente esa parte más pobre del pueblo que considera que ha hecho menos de lo que se esperaba (50%) y dos tercios creen que Lula cumplirá parte, pero no la mayoría de las promesas o que no cumplirá ninguna.

En primer lugar, es el propio del régimen político el que está desacreditado, además de todos los que asumen la gerencia de turno. De ahí que, con el tiempo, baja la media de aprobación del gobierno. Luiz Inácio no demuestra las condiciones de revertir esta situación, lo que reduce su margen de maniobra.

En segundo lugar, las masas básicas, los más pobres, ahora lo consideran como “bueno o excelente” por encima de la media general – y esto se debe a que hace lo mínimo que el canalla de Bolsonaro no hizo-, tampoco sienten sus expectativas cumplidas, y en consecuencia, no están entusiasmados con el gobierno. Las masas más profundas de nuestro país ya no aceptan ser gobernadas como antes. Esa es la tendencia que más incrementa el riesgo para Luiz Inácio.

Él sabe bien que debe actuar como un buen equilibrista; jugando a ser un “hábil conciliador”, necesita tanto atender mínimamente las expectativas de las masas populares para ganarse su confianza, sabiendo que si no se podría sustentar, y al mismo tiempo, necesita establecer una política que corresponda a los intereses de la oligarquía financiera internacional, de la gran burguesía y de los latifundistas. Si cumpliese mínimamente las demandas urgentes de la masas trabajadores del campo y de la ciudad ya lo echaría al fuego en el que el «mercado» carboniza y desestabiliza cualquier gobierno, agudizaría las contradicciones dentro de su gobierno, perdería el ya débil apoyo parlamentario, agravaría la crisis institucional y militar, algunos de cuyos sus exponentes, el Alto Comando de las Fuerzas Armadas y la extrema derecha bolsonarista, están a la espera para poder cogerlo al vuelo. Si cumpliera las exigencias y compromisos pactados con el capital y los terratenientes locales e internacionales del capital y los terratenientes locales e internacionales, Luiz Inácio quedaría completamente desenmascarado ante las masas, una pérdida total de la ya frágil confianza que las masas aún tienen en la política social, agravándose la crisis social y explotando las revueltas populares, las mayores contradicciones en la base de los movimientos por él y también dentro de su propio gobierno. Además, como en el primer caso, también conduciría al agravamiento sin precedentes de la crisis política, institucional y militar. Si decíamos más arriba que las masas ya no aceptan ser gobernadas como antes, he aquí la otra cara de la moneda: los reaccionarios y oportunistas ya no pueden gobernar como antes.

La situación en perspectiva es explosiva para el gobierno y toda la vieja orden. Cuanto más tiempo el gobierno esté asumido en la crisis, más estrecha se volverá su margen de maniobra frente a las masas y frente a los círculos de las clases dominantes; cuanto más rápido busque solucionar tal crisis económica para la reinstauración del imperialismo, mayor será su desenmascaramiento. Viendo la situación con perspectiva, para el pueblo y la nación todo dependerá de la posición y de las acciones de los demócratas y revolucionarios.

Lenin, como gran político proletario y maestro en el dominio del movimiento social, al tratar en abril de 1917 con el gobierno encabezado por el socialista-revolucionario Kerensky- un gobierno “demócrata”, con fraseología socialista, que sustituía la autocracia más tiránica y miserable de Europa-, afirmó: “Existe otro método [de mantener al pueblo oprimido]: el método del engaño, de adulaciones, de frases, de millones de promesas, de míseras limosnas, de concesiones de cosas insignificantes para conservar lo esencial. Los jefes de la pequeña burguesía enseñan al pueblo en confiar en la burguesía. Los proletarios deben enseñarse a desconfiar”. Esta última frase es la tarea, no solo palabras, más práctica, de los verdaderos demócratas y revolucionarios consecuentes”

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