Editorial de AND – Como en el mundo exterior, en Brasil suenan tambores de guerra

Compartimos una traducción no oficial del último Editorial de A Nova Democracia.

La muerte de tres Guarani-Kaiowá en un incendio criminal, en la madrugada del 31 de marzo, en Tekoha Avae’te (Dourados, Mato Grosso do Sul – MS), es un retrato del macabro genocidio contra los pueblos indígenas en particular. Un episodio siniestro, pero de ninguna manera aislado: aumentó en un 15% el número de indígenas asesinados en Brasil en 2023, durante el primer año del gobierno de Luiz Inácio. Conviene destacar que, en el caso específico de los Guarani-Kaiowá, no es la primera vez que sus retomas de tierras son objeto de atentados terroristas latifundistas con víctimas carbonizadas: en agosto y septiembre de 2023, hubo otros dos casos idénticos, lo que revela ser el modus operandi de los grupos paramilitares de extrema derecha y fascistas bolsonaristas.

Ataques horrendos como este, realizados por hordas paramilitares bolsonaristas y al servicio del latifundio no cesan, indiferentes a la presencia de la Fuerza Nacional de Seguridad y de la Policía Federal. Lo que, de hecho, solo resultó en simulacros de imparcialidad, como mucho, o en operaciones para “cesar el conflicto” que tenían como objetivos – qué sorpresa – a los indígenas, y no a los pistoleros de “Invasão Zero” armados hasta los dientes. No es de sorprender que la Fuerza Nacional, enviada a Dourados entre 2023 y 2024, costando 5 millones de reales en total, tuvo el impresionante saldo de dos armas y siete municiones incautadas, en un territorio donde los grupos paramilitares desfilan a plena luz del día, no raramente, al lado de la propia policía.

Por eso resulta patética la conclusión de la Policía Civil del estado de MS, que decretó haber “concluido” totalmente la investigación del crimen ocurrido el día 31, apenas un día y medio después de su ocurrencia, atribuyendo la autoría del crimen a otra indígena. Como la eficacia no es el estándar de las fuerzas policiales brasileñas –acostumbradas a matar y culpar a los pobres, como norma y excepción respectivamente–, esta velocidad no puede dejar de levantar la sospecha de que hay intención de culpar a terceros, y no a los latifundistas que ocupan y atacan diariamente a los indígenas.

El silencio del gobierno de turno de la falsa izquierda es ensordecedor. Ningún pronunciamiento, ni siquiera de condolencias. También, ¿qué se puede esperar? Luiz Inácio tiene como ministro de Agricultura a un defensor a ultranza de la banda de latifundistas; tiene como ministra de Planeamiento a Simone Tebet, latifundista con base electoral precisamente en el centro-oeste; en el Congreso, su “base aliada” –que es más aliada del presupuesto de la Unión que del gobierno– está completamente llena de diputados y senadores de la Frente Parlamentaria del Agro, que gobierna el país y articula los grupos paramilitares de extrema derecha en el campo. ¿Cómo podría Luiz Inácio hacer su conocida demagogia en estas circunstancias? Luiz Inácio no se indispondría con sus pares, con los que convive muy bien, que conste. Así que queda el silencio frente al genocidio, un silencio retumbante que habla mucho más que mil palabras de un demagogo.

Más que nunca, la autodefensa armada campesina e indígena es una necesidad y una realidad. Esto se debe a que las retomas de tierras y la autodemarcación, a pesar del genocidio y a causa de él, avanzan en el territorio Guarani-Kaiowá y no podría ser de otra manera. Es por esta razón que el latifundio se revuelve enfurecido contra las masas, demostrando fragilidad. En realidad, impotente, el latifundio no puede contener, ni con terrorismo ni con genocidio, el avance de la lucha por la tierra y el territorio, que para escalar nuevas alturas empuña las mismas armas que sus enemigos. Es una realidad. Aquí es donde se decide la gran batalla de la que emanará el Nuevo Brasil: de un lado, los pobres del campo –campesinos pobres, indígenas y remanentes de quilombolas– contra las fuerzas sombrías, del pasado, de la esclavitud y de la servidumbre activa en el campo, de la extrema derecha y del fascismo nucleados por el latifundio envuelto en alta tecnología. La Revolución Agraria es la causa antifascista y antiimperialista, es la causa democrática revolucionaria de la Nación y su pueblo –fuera de ella, fuera de este enfrentamiento armado en curso, el resto es simplemente fraseología burguesa barata.

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La última encuesta de opinión, de Atlas/Intel, del 1º de abril, revela que Luiz Inácio mantiene un 53,6% de rechazo, mientras que un 44,9% aprueba al presidente de la república. Esto significa estancamiento desde la última encuesta, de febrero de este año. En cuanto a la evaluación del gobierno en sí, un 49,6% lo considera “malo o pésimo” y un 37,4% “excelente o bueno” – una variación positiva, dentro del margen de error, ya que en febrero un 50,8% desaprobaba al gobierno. La pequeña fluctuación positiva se debe a la engañosa percepción de que la inflación no es peor que en febrero; sin embargo, el 75% de los encuestados considera que los salarios no acompañan los precios y el 86,6% considera la inflación una “gran preocupación personal”. De hecho, el 56,9% considera al gobierno responsable de la inflación.

La encuesta, la primera realizada después de que se aplicaran una serie de medidas anunciadas por el gobierno, retrata que, en primer lugar, estas tienen algún efecto; en segundo lugar, son bastante insuficientes incluso para fines de recuperación electoral. No solo como piezas de propaganda: son insuficientes incluso para mitigar el problema. El precio del huevo o del café, por ejemplo, no tiene relación con las altas tasas de exportación y ninguna exención fiscal resolverá esto, ya que son bienes de abundante producción doméstica; sin embargo, controladas por las densas redes monopólicas del latifundio y de la gran burguesía, tales producciones se orientan hacia la exportación o son asaltadas por los altos precios de los intermediarios, llegando al consumidor promedio brasileño a precios exorbitantes – enriqueciendo al latifundio. Ninguna de las políticas de Luiz Inácio enfrentará tal problema; de hecho, por el contrario, el gobierno está otorgando aún más poder y centralidad al agronegocio, tanto en la política (entregando al centro latifundista el control del Congreso y del presupuesto del gobierno) como en la economía (el próximo Plan Safra, se sabe cómo, será aún mayor que el último, que destinó 400 mil millones de reales solo para los grandes propietarios agrarios).

La alta desaprobación del gobierno tiene, por lo tanto, una razón económica. Luiz Inácio prometió restablecer las condiciones de supervivencia del período de altos precios de las commodities; pero los tiempos son de “estanflación” para el capitalismo burocrático y desaceleración de la producción industrial mundial. No es posible recurrir a las demagogias de antaño, de su segundo mandato. Rehén de forma voluntaria del latifundio y de la reacción, Luiz Inácio va preparando el terreno para el bolsonarismo – quizás por eso la encuesta de Atlas/Intel retrate que Bolsonaro, Pablo Marçal y Tarcísio de Freitas vencerían a Luiz Inácio si las elecciones fueran hoy.

Si, por un lado, es cierto que se debe tener cautela sobre las tendencias y resultados para 2026 (tan lejos, y cuyo control de la máquina estatal otorga siempre fuerza electoral), también es innegable que el fracaso del oportunismo, que gobierna con y para la derecha, solo facilita el camino de su retorno.

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Los incendios de vehículos Tesla en Estados Unidos y Europa – siendo los más recientes en Italia y Suecia – se propagan como actos de guerra contra la escalada militarista de extrema derecha encabezada por Estados Unidos. El objetivo principal, por supuesto, es Elon Musk, quien ha estado activo como agitador de este submundo fascista que habita en la cloaca de la crisis del imperialismo, siempre con insinuaciones cifradas. En un reciente viaje a Alemania, Musk, cuyos antepasados fueron abiertamente nazis, habló en un evento del partido Alternativa por Alemania, de extrema derecha, diciendo a sus miembros que no debían avergonzarse de su propio pasado. Por supuesto, no se refería a las guerras campesinas del siglo XVI.

Tales acciones de guerra antiimperialistas identifican que el mayor peligro de una tercera guerra mundial reside en los provocadores e incendiarios de la misma, los imperialistas, principalmente la extrema derecha y el imperialismo yanqui. Al recurrir a tales acciones, las masas de los sectores más activos de los países imperialistas demuestran que rechazarán, con creciente belicosidad, el intento de arrastrar a las masas hacia una guerra injusta de escala planetaria – lo que los imperialistas no pueden lograr cuando las masas están bajo dirección proletaria. Se realiza, como dijo el Presidente Mao Tsetung: “o la revolución detiene la guerra mundial imperialista, o la guerra mundial imperialista desata la revolución”.

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