Generación Z 212, la juventud consciente y combativa de Marruecos

A continuación compartimos una traducción no oficial de un artículo publicado por La Cause du Peuple.


Generación Z 212: una juventud consciente y combativa que lleva dentro las aspiraciones de todo un pueblo, ¡siempre vivo!

Durante demasiado tiempo, Marruecos ha estado sumido en el silencio… durante años de miseria acumulada, consecuencia de un alto coste de la vida que sofoca los ingresos modestos, hospitales desmoronados cuyas paredes de yeso caen como hojas de otoño, el abandono día tras día de las escuelas públicas a intereses privados, el desempleo masivo, una verdadera hemorragia, que destroza los sueños de la juventud y el pueblo, y la explotación por parte de empresas subcontratistas que exprimen y agotan a los trabajadores. Marruecos, pues, un país cuyo pueblo se asfixia, pero hace la vista gorda para no gritar… hasta el día en que su grito de cólera explotó.

En Agadir, frente a un hospital público que había exhalado su último aliento simbólico, se alzaron los jóvenes de una generación a la que se había tildado de “virtual”, “alienada” e “indiferente a la política”. Corearon consignas que demostraban que lo digital no es necesariamente una forma de aislamiento, sino que puede convertirse en un arma formidable cuando se utiliza correctamente. Una sola chispa, el 14 de septiembre, bastó para encender el rayo de la verdad en todo el país: el problema no era un servicio deteriorado ni un hospital aislado, sino toda una política diseñada para empujar a los pobres hacia las clínicas gigantes que han construido sus fortunas sobre la fragilidad de los cuerpos marroquíes, aprovechándose de una renta que gangrena todos los sectores.

El grito de Agadir resonó como una bofetada en la cara del silencio, haciendo temblar a todo el país… En Taounate, Oujda, Marrakech, Casablanca, Rabat… en el Rif, el Souss y los pueblos que se alimentan de polvo en lugar de agua, la gente salió a la calle, no por convocatoria de un Partido o un sindicato, sino impulsada por el dolor, el hambre, la marginación y la explotación. Con marchas que suben las montañas, consignas que atraviesan las llanuras, gritos que desafían a los coches de las grandes ciudades… Una ira auténtica, forjada no en las redacciones, sino en los estómagos vacíos.

De este profundo trabajo de gestación nació la Generación Z 212, una generación que nació en las pantallas de los teléfonos móviles, pero que descubrió que la calle es la prolongación natural del mundo en línea. Una generación que vio cómo el terremoto de Al Haouz revelaba la fragilidad del Estado; una generación que ha visto cómo se arrebataba el agua a los pueblos para ofrecérsela a las grandes explotaciones; una generación que ha visto cómo la represión perseguía cualquier expresión de protesta. Una generación cuya conciencia se ha forjado entre la sequía, el encarecimiento de la vida, las clases masificadas, la falta de atención sanitaria, el precio exorbitante de los medicamentos y un salario que ni siquiera alcanza para cubrir los gastos de transporte…

Cuando apareció esta generación, el movimiento obrero estaba agotado, atado por leyes que prohibían las huelgas y por direcciones sindicales que se habían arrodillado ante el Estado hasta tal punto que su papel se reducía a embellecer las derrotas, compartir fotos de reuniones con los responsables y alimentarse en los banquetes de la patronal. Cuando el sindicato cayó, los jóvenes de las clases populares se levantaron sin apoyo, sin experiencia, pero con una determinación indomable. Se rebelaron porque la vida cotidiana se había convertido en una represión permanente.

Corearon su primer lema: «No queremos el Mundial… ¡Salud y educación primero!»

Era una declaración clara: la propaganda oficial ya no los engañaría ni les haría olvidar el sufrimiento que vivían lejos de las vallas publicitarias y las cápsulas de comunicación dirigida. Y cuando, unos días más tarde, el movimiento exigió la dimisión del Gobierno, no se trataba de reclamar una nueva cara, sino de revelar el núcleo del mal funcionamiento: un sistema que cambia los gobiernos para que todo siga igual.

Cuando dirigieron sus reivindicaciones a las altas esferas del poder, pusieron a prueba sus últimas ilusiones. Y tan pronto como el discurso del 10 de octubre se reveló vacío de cualquier respuesta real, una nueva conciencia se apoderó del movimiento: la crisis es estructural, y el cambio no surge ni de las súplicas ni de los llamamientos, sino del conflicto consciente y organizado.

Con la ampliación de las protestas, entraron en escena grupos de jóvenes procedentes de los confines más marginales. Aquellos que la pobreza, la violencia y las cárceles han moldeado y que han llevado las piedras de la ira en lugar de consignas. Las regiones de L’Kliaa y Aït Amira estallaron como volcanes contenidos durante mucho tiempo con una violencia legítima, respuesta a la violencia material y moral del Estado; una violencia nacida de la marginación y no del deseo de destrucción. Y todos comprendieron que este país solo puede ser gobernado por la represión durante un tiempo.

El movimiento fue reprimido, cientos de jóvenes fueron detenidos y demonizados por los medios de comunicación, como es habitual. Pero algo profundo estaba ocurriendo: una conciencia política sembrada a la velocidad del rayo por la práctica real. Jóvenes que se adentraban en la política por su puerta principal: la calle, que siempre ha influido en el equilibrio. Jóvenes que ponían a prueba los límites del poder real y volvían a plantear la pregunta que el régimen creía enterrada desde 2011: ¿quién gobierna realmente? ¿En beneficio de quién? ¿Y en nombre de qué derecho?

La Generación Z no era una copia del 20 de febrero. Quizás menos clara políticamente, pero más radical por la profundidad de la desesperación de la que surgió. Una generación que no quiere reformas superficiales ni nuevas comisiones de investigación, sino que quiere respirar el aire de la libertad, la dignidad y una vida cuyo futuro no esté asediado por todas partes.

El impacto más importante se sintió en la izquierda del espectro político, que de repente se encontró ante una inmensa energía juvenil, sin parangón con las experiencias del pasado, con jóvenes que reclamaban una radicalidad que se había vuelto imposible de ignorar. Los sindicatos se enfrentaron entonces a una elección histórica: convertirse en verdaderas herramientas de resistencia o ser abandonados por la Historia.

Este movimiento ha supuesto el mayor peligro al que se ha enfrentado el régimen en años: el regreso a la política de una generación que se consideraba indiferente. De repente, el debate sobre los mecanismos del poder, la distribución de la riqueza, el capitalismo y la dependencia, sobre una alternativa radical, se ha convertido en algo cotidiano en los cafés de Marruecos, en Discord y en los espacios compartidos.

Los jóvenes han recuperado su derecho a la ira, que les fue confiscado. Y quienes la recuperan comienzan a retomar el control de su destino histórico e influyen en su fabricación.

Hoy nos enfrentamos a una generación que ya no acepta promesas vacías, que no cree que “estabilidad” signifique silencio. Una generación que se ve a sí misma como la prolongación de los levantamientos de otros países, desde Asia hasta Madagascar, que ve en Palestina el símbolo mundial del sentido de la resistencia y comprende que la batalla no es solo local, sino un conflicto de clases internacional cuyas fronteras se dibujan sobre el terreno.

Quizás la calle se haya calmado temporalmente. Quizás los eslóganes se hayan silenciado… Pero el fuego encendido no se apagará fácilmente. Esta patria aplastada por las políticas del liberalismo dependiente ve hoy cómo sus hijos más audaces y jóvenes vuelven a levantar las banderas de la lucha.

La Generación Z no fue una moda pasajera, sino el comienzo de un nuevo capítulo en la historia de un pueblo que resiste cada día desde donde está. Quienes pensaban que los jóvenes no volverían a salir a la calle descubrieron que la calle se había instalado en ellos y ya no los abandonaría. Así, el 10 de diciembre de 2025, decidieron volver, salir a la calle con los mismos lemas y las mismas canciones, pero con una conciencia más aguda, una comprensión más profunda y una fidelidad auténtica a los mártires de la dignidad caídos en L’Kliaa, así como a los cientos de presos políticos que languidecen en las cárceles del régimen.

Al lema “No queremos el Mundial… ¡Salud y educación primero!” se añadieron otros dos lemas centrales y decisivos: “Libertad para todos los prisioneros políticos” y “Justicia para los mártires de L’Kliaa”.

Esto también para recordar a la máquina de represión de clase que el asesinato, la cárcel, las condenas severas y la difamación solo alimentarán necesariamente a una juventud rebelde, decidida a intensificar la lucha por un Marruecos nuevo y posible, donde reine la dignidad, la justicia, la igualdad y la redistribución de la riqueza en beneficio del pueblo.

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