Editorial de AND: el imperialismo se pertrecha para nuevos tiempos de guerra

A continuación compartimos una traducción no oficial del último Editorial publicado por el periódico A Nova Democracia (AND).

Cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y su secretario de Guerra, Pete Hegseth, realizan un discurso para todos los generales y principales comandantes militares en activo, es una señal más de que vivimos nuevos tiempos de guerra, y no de paz. El 30 de septiembre, los extremistas de derecha exigieron a sus oficiales nuevos requisitos de aptitud física para “remodelar el espíritu guerrero” del mando y las tropas; no obstante, hicieron mención al “enemigo interno”. Los objetivos son varios: en primer lugar, se busca demostrar “disposición de lucha” frente a un mundo en el que las demás potencias imperialistas e incluso la superpotencia atómica Rusia buscan “sacar provecho” del complejo desafío al que se enfrenta Estados Unidos en Ucrania, la Franja de Gaza y el Indo-Pacífico; en segundo lugar, se busca marchar hacia el presidencialismo absolutista, tratando de reorganizar los puestos de mando y las funciones estratégicas también en las Fuerzas Armadas, con el objetivo de “depurar” el aparato del Estado de la mafia del Partido Demócrata e introducir en él más elementos de extrema derecha.

De todos modos, aquél espectáculo ridículo, del señor Pete Hegseth hablando como un coach ante una masa de generales y oficiales especialistas en crímenes de guerra e injerencias en asuntos de otros países, no deja de representar, por eso mismo, fragilidad. Trump, como fenómeno, demuestra la fragilidad del imperialismo yanqui, como una reacción que pretende reafirmarse porque se le cuestiona, y con resentimiento. Con esta reacción, incluso performativa, pretenden neutralizar las nuevas ofensivas de sus contendientes, diciendo que “ninguna nación o enemigo se atreva a desafiar y amenazar” a los Estados Unidos. En un escenario de creciente revuelta popular y con creciente envío de tropas federales a los estados y ciudades de sus oponentes electorales, Trump y la extrema derecha apuntan contra el “enemigo interno”, demonizando a los inmigrantes y, en cierto sentido, apostando por promover de forma calculada un desorden institucional y social, tras el cual el Ejecutivo federal salga aún más fortalecido en relación con los estados. No, señores, esto aún no es fascismo: es la democracia burguesa yanqui, envejecida, crecientemente reaccionaria, que absorbe medidas, políticas e incluso un espíritu que tuvieron protagonismo o surgieron en el fascismo, pero los pone a su servicio, en el mecanismo de la propia democracia burguesa. Quien pretende vociferar contra el “fascismo” al constatar la reaccionarización de la democracia burguesa, contribuye, objetivamente, al embellecimiento de la democracia burguesa.

La fragilidad, por muy enmascarada que esté, no deja de ser un hecho. Rusia, China y las potencias imperialistas europeas, en especial Francia, Reino Unido y Alemania, lanzan sus iniciativas. La superpotencia atómica Rusia es el principal problema militar de EE.UU., y el plan estratégico clave de los yanquis es someter a Rusia, como condición ineludible para conjurar el peligro de ser destronados y consolidar su posición, que se encuentra en declive, obligándola a una interminable carrera armamentística, desgastando su economía por todos los medios y con la guerra de Ucrania, en la medida en que no puede derrotarla, busca mantenerla permanentemente en guerra, incluso si termina la guerra de Ucrania, cuya única solución tiende a ser su reparto. Al mismo tiempo, Trump intenta explotar las contradicciones entre Rusia y China para romper su colusión (los “Brics”), que sabe que no se dará a cualquier precio, atraer a la primera y distanciar a la segunda, de lo que también dependerá su hegemonía mundial. Los Estados imperialistas europeos, por su parte, apuestan por la caída yanqui y aprovechan el “peligro ruso”, ahora mediante los curiosos incidentes con drones en Polonia, Rumanía, Dinamarca, etc., para escalar su militarización y, especialmente en el caso de Francia y Alemania, aumentar la presencia militar en el norte, centro y sureste de Europa, así como establecer esferas de influencia en otras regiones como Oriente Medio.

En este escenario explosivo, el discurso de “no queremos guerras” de Trump no es más que su habitual palabrería, esta vez para encubrir los preparativos de la burguesía imperialista yanqui para la nueva situación mundial de agravamiento de la contradicción interimperialista por el reparto del mundo y, sobre todo, de la contradicción principal, más amplia y aguda en el mundo actual, entre las naciones y los pueblos oprimidos y el imperialismo.

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El “plan de paz”, antes llamado plan de capitulación, propuesto por Donald Trump para “resolver” la guerra en Gaza no es más que una ardid para agravar las contradicciones en el seno de la Resistencia Nacional Palestina y, tal vez, agravar la contradicción entre la dirección palestina y las masas populares. En esto fracasarán sin duda, ya que las masas están movilizadas en la guerra de resistencia, y eso es un hecho irrefutable. Solo cuando las masas populares están desorganizadas e inmovilizadas pueden prosperar tales chantajes.

Así, dicho “plan” prevé convertir Gaza en una zona tapón “libre de grupos armados” (excepto las fuerzas armadas genocidas sionistas e imperialistas), gobernada por un “Consejo de Paz” (¡qué cinismo!) compuesto por “tecnócratas palestinos” (lacayos), “expertos internacionales” (emisarios imperialistas e “israelíes”) y encabezado por el propio proponente del plan de subyugación total de la nación y el pueblo palestinos. El führer nazi-sionista Netanyahu, a pesar de sus ansias de aplicar la “solución final” en la Palestina ocupada, aceptó la propuesta de su amo y busca venderla a los disidentes internos como una “victoria israelí”, ya que en la práctica también es un plan para mantener la ocupación, aunque justificando por otros medios la perpetuación de su presencia militar en territorio palestino, aunque demuestre el grado de desmoralización de “Israel”, que no tiene ninguna legitimidad para hablar de “paz”, ya que es reconocido mundialmente como una fuerza genocida. Los monopolios de la prensa con sus “palmeros” (periodistas mediocres y antiéticos a sueldo), por su parte, los hasta ahora portavoces y cómplices del Holocausto nazi-sionista y sus crímenes contra la humanidad (como es el caso de la Rede Globo en Brasil), ahora propagan los “esfuerzos por la negociación de la paz en Gaza” y piden a Hamás que “acepte el acuerdo para acabar con el sufrimiento de los palestinos (sic)”. Odioso y risible.

Cabe destacar la actuación del fariseo Mahmoud Abbas, jefe de la “Autoridad Palestina” (engendro surgido de los capituladores Acuerdos de Oslo en 1993), quien en su nauseabundo discurso en la ONU condenó a la Resistencia Nacional Palestina (que, a diferencia de la “AP”, goza de un amplio apoyo popular) y casi besó los pies de Trump por sus “incansables esfuerzos por la paz”. Una escena repugnante protagonizada por ese supuesto “líder palestino”, dispuesto a cambiar a su pueblo por treinta monedas de plata y tal vez ser el títere de un futuro e hipotético Estado palestino engendrado por los imperialistas, que sería todo, menos palestino.

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En sus sueños de “acabar con los desórdenes mundiales”, el tiro de los imperialistas tiende a salir por la culata, ya que la revolución es la principal tendencia histórica y política en el mundo actual, y, en lugar de cerrar el cerco sobre los pueblos oprimidos, como creen hacer, los imperialistas se verán cada vez más acorralados por las luchas antiimperialistas, las guerras de liberación nacional y las guerras populares en este nuevo período de revoluciones que se abre en la historia universal, situación que exige a los revolucionarios de Brasil y del mundo prepararse para dirigirlas, rompiendo con la ilusión de los “tiempos de paz” y equipándose subjetiva y objetivamente para los tiempos de tormentas revolucionarias.

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