Brasil – Editorial de AND: Bolsonaro, el vendepatria en el banquillo de los acusados

A continuación compartimos una traducción no oficial del último Editorial publicado por A Nova Democracia.

El encausamiento del capitán del Ejército golpista de extrema derecha Jair Bolsonaro, de su hijo Eduardo y del fariseo Silas Malafaia ha puesto al expresidente con un pie en la cárcel. Después de la filtración de mensajes que comprueban la actuación criminal del grupo y su articulación con los intereses extranjeros del gobierno de Donald Trump, la condena de Bolsonaro por la acusación del Tribunal Federal Supremo (STF) por intento de golpe y abolición del orden legal por medios violentos se ha convertido en un desenlace seguro. Los mensajes y la investigación demuestran: primero, que Eduardo Bolsonaro articuló con el gobierno yanqui la aplicación de la Ley Magnitsky contra un ministro del STF; segundo, que Eduardo Bolsonaro recibió cifras millonarias de su padre para mantenerse en EE.UU. y ambos articularon qué medidas tomar en coordinación con Trump. Esto, según los trámites del STF, ya es más que suficiente para poner a Jair Bolsonaro en régimen cerrado y tratar a su hijo como traidor a la patria, conforme a la Constitución vigente del país.

Bolsonaro sabe que las sanciones económicas contra el país son chantajes que el gobierno yanqui hace sobre el gobierno brasileño, para doblegarlo y hacerlo agachar aún más, en lo que se refiere a la política exterior y a la entrega de recursos naturales estratégicos; e incluso su hijo Eduardo le advierte, diciendo que ya escucha en los pasillos de la Casa Blanca a quienes dicen que “Brasil ya fue, vamos a la próxima”. Claro, tales rumores se refieren a la situación de Bolsonaro y no a lo que quieren los bolsonaristas, tratando al PT como peligrosos comunistas.

No obstante, llama la atención que, antes valiente, cuando chantajeaba al país con amenazas de dar un golpe de Estado desde la silla de presidente, el bocazas Bolsonaro ahora se presenta en los mensajes verdaderamente desnudo: cobarde, acorralado, melindroso. Al ser presionado por su hijo y Malafaia, para que haga algo efectivo y público para reforzar el chantaje, dice: “No puedo exponerme, cómo quieres que me exponga, porque ahí no resuelve nada. Si me hago el machote ahora, no resuelve nada”. Se escucha de Malafaia que “no tienes que tener miedo de Alexandre de Moraes”. No sin razón, Bolsonaro es tratado sin ningún respeto en los mensajes filtrados con sus interlocutores: su hijo le “manda a… (hemorroidas)” y lo llama “ingrato de…”; el pastor lo trata como un burro sin discernimiento que necesita escuchar lo que debe hacer para su propio bien (sin mencionar la cantidad de insultos que el “pastor” pronuncia cada diez palabras que salen de su boca, quizás un récord mundial para esa función). Es la autoridad raquítica de un jefe cobarde, como corresponde a la naturaleza misma de la extrema derecha, que, por regla general, se compone de lumpens, gánsteres, arribistas, aprovechadores y resentidos de todo tipo y, por eso, en general cobardes.

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La verdadera lucha contra el fascismo y la extrema derecha, sin embargo, no ocurre bajo la cobertura de los titulares de los grandes periódicos: se da en las confrontaciones concretas de la lucha de clases, y, en el caso del país, se está llevando a cabo en el campo. Del 9 al 11 de julio, Bolsonaro estuvo en varias ciudades de Rondônia (RO) para la EXPOJIPA (según su agenda oficial); un mes después, el 8 de agosto, en Machadinho D’Oeste, la tropa de asesinos del Batallón de Operaciones Especiales (BOPE) incursionó en una área campesina llamada Valdiro Chagas, de la Liga de los Campesinos Pobres (LCP), y ejecutó a sangre fría a un campesino pobre llamado Raimundo Nonato. El comandante general de la Policía Militar (PM) de RO, coronel Braguin, bolsonarista, fue el responsable de la operación, junto con el también bolsonarista, coronel de la PM y hoy gobernador, Marcos Rocha. Aprovechando que era la víspera del día en que se cumplirían 30 años de la resistencia y masacre de campesinos en el entonces latifundio de Santa Elina y que Luiz Inácio estaría en Porto Velho para anunciar obras y nada para los campesinos sin tierra, el coronel Braguin no se contuvo y, con ojos desorbitados, apareció en las “redes sociales” para anunciar que Rondônia está en guerra entre, por un lado los campesinos pobres, y por el otro la PM-RO y los grupos de exterminio ligados al latifundio. Luego, el coronel del Ejército, Fernando Montenegro, que se jacta de ser “especialista en combate a la subversión” y miembro reformado de las Fuerzas Especiales, fuertemente bolsonarista, corrió a declarar que en Rondônia está en curso una guerra de guerrillas “subversiva”. El crimen de los campesinos pobres, al parecer, es haber decidido continuar la lucha por la tierra y, siendo sistemáticamente agredidos por grupos de exterminio alimentados por terratenientes, haber elegido el camino de resistir en lugar de perecer; en Rondônia, no es raro que tales grupos tengan lazos con la tropa policial, como demostró una operación de la propia Policía Federal en noviembre de 2022, por lo que no se puede culpar a los campesinos por no tener en alta estima a la PM-RO y ver en ella una amenaza. De hecho, cuando el comandante general de la PM de un estado decide declararse “fan número 1” de un loco extremista de derecha, como Ronaldo Caiado, y luego decide lanzar “asociaciones público-privadas” para poner a la tropa policial al servicio del latifundio, como hizo Braguin en colaboración con la APROSOJA-RO, para impedir la ocupación de tierras, incluso siendo la lucha por la tierra un derecho constitucional, se vuelve aún más difícil para los campesinos creer en la “imparcialidad” de esta institución. Por eso, tampoco se puede condenar a los demócratas y progresistas por no creer en la tropa policial, cuando esta presenta un arsenal con armas y municiones mostradas junto a la bandera de la LCP, atribuyendo al movimiento campesino, y no es extraño que alguien sospeche: ¿acaso no fue preparado?

De todos modos, una campaña de cerco y exterminio se está llevando a cabo nuevamente contra la lucha por la tierra en la Amazonía Occidental, con la colaboración de tropas especiales de la PM-RO y los grupos paramilitares, grupos de exterminio, que, a lo largo de todo este año, han buscado realizar ataques armados a áreas campesinas, destruir sus cultivos, matar su ganado y eliminar a los dirigentes del movimiento campesino, utilizando grupos como la llamada “banda de Gesulino”, responsable de la masacre de Jacinópolis y condenado a 40 años de prisión, pero que, curiosamente, fue liberado tras cumplir solo el 10% de la pena.

Es precisamente en la lucha revolucionaria por la tierra donde se confrontan la extrema derecha terrorista, germinada y amamantada en la defensa del latifundio y sus relaciones de servidumbre y esclavitud, y la nueva democracia, la democracia popular, que está encarnada en la lucha de los campesinos pobres contra la servidumbre, la esclavitud, y por la democratización de la posesión y propiedad de la tierra. Esta lucha, calificada por el “kid preto” Montenegro como “subversión guerrillera”, es la línea demarcatoria entre la nueva democracia y la tendencia hacia el fascismo. No sorprende que el gobierno oportunista no se pronuncie sobre tales absurdos, y solo refuerce la gran propiedad agraria de los terratenientes, con todas las ventajas para su producción primaria de monocultivo para exportación: con el silencio, se posiciona, de hecho, como cómplice, como todos los oportunistas y revisionistas. Los verdaderos demócratas y progresistas deben alzar la voz en defensa de la lucha de los campesinos pobres, contra las masacres de pistoleros y tropas policiales y por la Revolución Agraria.

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El envío de miles de tropas navales y aviones yanquis a las aguas y costas venezolanas en el Caribe representa una nueva fase de chantajes e intervención del imperialismo de EE.UU. en América Latina, que denota el grado al que llega la crisis de descomposición del imperialismo y el nivel de tormentas mundiales que se están formando bajo los cielos.

Cualquier forma de intervención contra la nación venezolana, ya sea directa/total o indirecta/parcial, sería otro abyecto crimen del imperialismo yanqui, así como toda su justificación ideológica no pasa de ser un descarado ardid. El mayor cartel de drogas del mundo se llama imperialismo yanqui: el propio Congreso de ese país ya ha demostrado, en investigaciones, que la agencia yanqui para el “combate a las drogas” (DEA) mantiene relaciones con “carteles” en América Latina y los utiliza para financiar operaciones “contrainsurgentes” en las naciones del subcontinente. Así, no es más que retórica para justificar toda suerte de ilegalidades y violaciones bajo el manto de la “guerra a las drogas”.

El supuesto peligro del régimen de Nicolás Maduro para EE. UU. es solo la justificación utilizada por los yanquis para militarizar y controlar con riendas más cortas sus semicolonia en el subcontinente, desplazando tropas para garantizar sus intereses en la región. No se descarta que Trump busque imponer, con movilizaciones militares o acciones parciales de mayor gravedad, determinadas condiciones a la nación venezolana, para ganar posiciones comerciales, por ejemplo, obteniendo acceso a las fuentes de riquezas naturales venezolanas, como “tierras raras”, o incluso provocar una inestabilidad política en el régimen. Sin embargo, la realidad es que los yanquis, aunque lo deseen, no pueden subvertir el régimen venezolano sin invadir el territorio y ocuparlo por cierto tiempo, imponiendo un régimen títere: hacerlo ahora, no está en los planes del imperialismo yanqui, ya que se requiere reducir las frentes de guerra en las que están ocupados y no abrir nuevas, para concentrarse en el Pacífico. Taiwán es el punto neurálgico de los intereses yanquis, ahora amenazado por el nivel de inestabilidad mundial del cual China pretende aprovecharse para retomar el territorio ocupado ilegalmente por EE.UU. a finales de 1949 para salvar al bandido Chiang Kai-shek.

El imperialismo yanqui teme que el desorden se propague en su “patio trasero”, tanto por acciones de sus rivales como por el peligro de revoluciones que desborden a lo largo de la presente y las próximas décadas. Por eso militariza el subcontinente, pero será en vano. La gravedad de la crisis mundial del imperialismo es tal que son inevitables los desórdenes y las luchas revolucionarias en el subcontinente, como en el resto del mundo. Es un nuevo período de revoluciones que llega y se extenderá también a América Latina.

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